El ser sacerdote es algo muy peculiar.
Hoy me he encontrado por primera vez celebrando la Eucarista ante un pequeño numero de los que van a ser mis feligreses. Así ha empezado mi andadura en esta parroquia delante de Dios en su presencia concreta en medio de este pueblo y de estas gentes.
Y podría haber comenzado así tal cual: sólo, con esas personas desconocidas hasta ahora , en esta parroquia nueva para mi.
Pero gracias a Dios hay gente que va viendo con claridad que el ministerio sacerdotal no es una especie de funcionariado eclesiástico. No somos oficinistas o gestores de despacho y libros de apuntes. Hay gente que ve que el sacerdote forma parte de la comunidad cristiana en la que se encuentra y lo hace como sacerdote y como hombre creyente.
Hoy algunas de esas personas -fieles de la parroquia de Berriozar y amigos- me han acompañado y han acompañado a los fieles de Ansoáin en el comienzo de esta nueva etapa para su parroquia.
Y creo que esto va más allá de ser un simple gesto de afecto humano hacia el cura que se va… Creo que va siendo una nueva forma de entender la relación del laicado con los sacerdotes y del laicado de las diferentes parroquias y grupos entre si.
Es una forma de entender las cosas profundamente eclesial y profundamente humana. Porque lo eclesial vivido en plenitud es lo más divinamente humano que hay. Esas personas han roto un poco los estrechos límites de su parroquia y se han abierto a la amplitud de la Iglesia -que va más allá- y en la que verdaderamente somos hermanos.
Y es un ejemplo y un modelo a seguir. No somos muchos… y no podemos vivir aislados. Necesitamos esa apertura de mente, de corazón y de afectos, para unirnos y para aunar esfuerzos. Y tenemos que hacerlo porque nos jugamos mucho.
Y la clave es una vez más el amor. Si nos queremos, si verdaderamente los creyentes vivimos la caridad -en primer lugar entre nosotros- romperemos todas las barreras que frenan la grandeza y la maravilla de vivir la fe en plenitud. Y podemos querernos… porque sabemos cómo hacerlo… como lo hace el Señor.
Le doy gracias a Dios por lo que estos hermanos y hermanas que ha puesto en mi vida me están enseñando… y le doy gracias por su afecto… solo espero saber corresponder. ¡Amor con amor se paga!
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