«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad.»
Estas palabras del pueblo de Israel al salir de Egipto y encontrarse con las primeras dificultades en su caminar hacia la tierra prometida me parecen verdaderamente duras. Tal vez muy humanas... demasiado y desde luego faltas de fe.
Es una actitud humana y no está lejos de actitudes que nosotros mismos podemos tener en nuestra vida concreta. El momento que nos ha tocado vivir no es fácil... no lo es ni en lo social, ni en lo económico, ni en lo religioso. Y todos podemos tener en la mente momentos que recordamos mejores... y puede que nos de la sensación de que estábamos mejor de lo que estamos.
Los creyentes, además podemos sentir un hambre de Dios porque lo que tenemos no termina de saciarnos: rutina, cansancio, fallan las fuerzas espirituales, dudas... nos cuesta ver a Dios y experimentarlo como alguien vivo y la fe como algo operativo en nuestro día a día.
¿Ante esto? En primer lugar preguntarnos: ¿Qué estoy buscando yo en la fe? ¿Estoy buscando esa saciedad material de la que habla el pueblo de Israel o que buscaban aquellos que se hincharon de pan junto a Jesús?¿Estoy buscando unicamente consuelo para mis sufrimientos y “milagros” que me concedan lo que me parece que necesito? ¿Cuál es la causa de esa insatisfacción que muchas veces en mayor o menor medida ronda mi existencia?
Y si vamos a fondo en esta pregunta, tal vez veamos que en realidad no buscamos a Jesús el Hijo de Dios... sino aquello que nos parece que tiene que concedernos o darnos. Y no van por ahí las cosas.
Todos deseamos una plenitud, un amor, una felicidad y a quien tenemos que buscar para hallarlas es a Jesús. Pero a Jesús como quien verdaderamente es. El Hijo de Dios hecho hombre.
Si somos capaces de buscarle, de acercarnos a Él, de querer conocerle más a fondo sin esperar nada a cambio... si nos damos cuenta de que la fe es una relación de amor con alguien vivo y presente, iremos adentrándonos en una vivencia de la fe distinta... Serena y alegre... enriquecedora... plenificadora... y nos sentiremos “saciados”, saciados de amor y gozosos... nuestras esperanzas, nuestros corazones y mentes, nuestros esfuerzos se orientarán hacia delante y no se paralizarán anhelando un pasado que no es en absoluto mejor sino todo lo contrario.
Si nos damos cuenta de que la fe es una relación con Jesucristo y la alimentamos con Jesucristo en su Palabra y en la Eucaristía no buscaremos otro alimento y no tendremos otro deseo que darlo a los demás...
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
Si es que tenemos hambre y sed... ¿no será que no hemos ido a Jesús de verdad?... meditemoslo y pongámonos en camino.
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